Los temores de Katia

Pese a los dos ingresos hospitalarios, ningún temor fue mayor que la posibilidad de haber contagiado a su madre y a su hija.

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Mónica Sardiña Molina
Mónica Sardiña Molina
@monicasm97
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06 Febrero 2021

Veinte de noviembre de 2020. Solo de pensar en la fecha, los ojos verdes de Katia Garcí­a Gómez se tornan grises. Aquel viernes aparentemente común en la oficina comercial de Etecsa de Manicaragua, le vendió una lí­nea telefónica a un cliente recién llegado del exterior, y recibió como propina una de las mayores angustias de su vida.

Katia Garcí­a Gómez, paciente de Manicaragua recuperada de la COVID-19.
Con la autoridad  de una sobreviviente, Katia  Garcí­a Gómez  no duda en  contar su historia a quienes  le preguntan, y  recomienda el  cumplimiento de  todas las medidas higiénicas  posibles.  (Foto: Ramón Barreras Valdés)

«Esta persona salió positiva al nuevo coronavirus el dí­a 25 y no habí­a cumplido el aislamiento en casa. Inmediatamente les dije a las autoridades de Higiene que fui yo quien lo habí­a atendido. En aquel momento, mi niña de 15 años tení­a catarro y fuimos llevadas las dos al Hospital Militar de Santa Clara, donde recibimos tratamientos con azitromicina y antirretrovirales durante cuatro dí­as ».

Luego del resultado negativo del PCR, madre e hija volvieron a Manicaragua, agradecidas de las atenciones médicas y convencidas de que la COVID-19 solo las habí­a rozado. Sin embargo, el diagnóstico positivo de una niña con quien compartieron el taxi en el viaje de regreso trajo la incertidumbre de un tercer examen. «Mi único sí­ntoma fue un mareo muy grande, que nunca habí­a sentido; pero no le di importancia, porque ya estaba negativa ».

Solo Katia sabe cuánto pasó por su mente el 5 de diciembre a las 4:00 a.m., cuando le confirmaron que se encontraba enferma e ingresarí­a de nuevo en el Hospital Militar Comandante Manuel Fajardo Rivero, donde se comprobó que su fuente de infección fue la persona que atendió en Etecsa, no la niña del taxi.

Estuvo hospitalizada hasta el 13 de diciembre. Hablar sobre estos siete dí­as le quiebra la voz y le nubla la mirada.

«Son momentos muy duros, porque estás sola… porque te acuerdas de tu familia… porque cada vez que oyes el pito de una ambulancia sabes que llegan más y más. Yo entré sola en aquella sala, y en el transcurso de la noche se llenaron 18 camas.

«Tení­a miedo, sobre todo, de haber contagiado a mi mamá o a mi niña. Aquí­ en la casa, ellas haciéndose PCR, y yo allá esperando sus resultados. Todas las personas que estaban conmigo sufrí­an más por el contagio de sus familiares que por ellas mismas ».

A la fatiga y el decaimiento propios del virus, se suman los efectos de los tratamientos agresivos: diez pastillas diarias, una inyección de HeberFERON en dí­as alternos y heparina sódica cada 12 horas.

«Me llevé el teléfono para mantener comunicación directa con mi familia, aunque tení­a dí­as que no podí­a hablar. A veces esperaba hasta la madrugada, cuando me recuperaba de la fatiga, los mareos y los vómitos que provocan las inyecciones. Otras veces querí­a escucharlos, pero por no llorar y transmitirles lo mal que me sentí­a, evitaba hablarles.

«Ha sido una de las cosas más duras que me han tocado vivir, y a la misma vez me siento dichosa de haber vencido. Los médicos dan mucho ánimo para luchar contra el virus. No les ves la cara, porque ellos tienen que cuidarse; pero se preocupan por ti, te explican que tienes que comer, te transmiten confianza. Ellos también tienen familia y, sin embargo, están allí­, arriesgando su vida para atender a cada paciente ».

Katia Garcí­a Gómez, paciente de Manicaragua recuperada de la COVID-19, y su hija..
Katia añora el  cariño de su hija  y la cercaní­a que  ambas disfrutaban antes de  la pandemia,  pero el instinto  maternal de protección la mantiene a distancia.  (Foto tomada  de su perfil de  Facebook)

Aunque el virus quedó en el pasado de Katia, aún lucha contra las secuelas: dolor de cabeza, cansancio, caí­da del pelo, falta de aire momentánea y un miedo tremendo a volverse a infectar. Consulta en internet los estudios de especialistas internacionales y pregunta a otros convalecientes para dominar con optimismo los rezagos de la enfermedad en su cuerpo.

Con disciplina férrea asume los nuevos modos de vida y ninguna medida de protección le parece exagerada. «Usamos siempre los nasobucos, no permitimos que las visitas entren en la casa, y cuando llegamos de la calle, dejamos los zapatos fuera y lavamos bien la ropa.

«Atiendo con el mismo amor a cada persona que llega a Etecsa, pero le transmito la necesidad de cuidarnos. En la oficina desinfectamos los teléfonos de los clientes antes de tocarlos y manipulamos el dinero con sumo cuidado, porque nunca sabemos a manos de quién fue a parar. Tenemos que protegerlos a ellos y a nosotros.

«Hoy las personas no saben el riesgo tan grande que corren, y a cualquiera le puede tocar. Aunque los cubanos somos muy sociables, debemos cambiar la mentalidad, porque todos tenemos un abuelito, un niño, alguien con padecimientos crónicos, y duele mucho contagiarlos. Les pido que se queden en casa, que tomen conciencia y tengan calma. Esto va a pasar, pero depende de todos ».

Desde el 5 de diciembre, Katia puso los besos en pausa. Aprendió a querer desde la distancia y encontró nuevas maneras de dar amor a su familia. «Ya llegará el momento de abrazar a mi niña, de besar a mi mamá y a mis abuelitos. Por ahora, tengo que cuidarlos ».

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