
«Hace muchos años una pandemia de coronavirus azotó al mundo… », contarán los abuelos del siglo xxii. Sus nietos, entre curiosos y asustados, preguntarán cómo luce un virus con corona, por qué se llevó tantas almas y si atacó a los niños que se portaron mal.

Los abuelos de mañana recordarán los meses de confinamiento hogareño, sonrisas ocultas y besos prohibidos; buscarán la mascarilla que guardaron con celo, dibujarán el «cachumbambé » de contagios diarios, mostrarán alguna foto con médicos «disfrazados » de astronautas en plena zona roja, y presumirán el récord científico de esta islita caribeña que desarrolló cinco candidatos vacunales en menos de un año.
Regresarán nostálgicos a la simpatía de Chamaquili y a los desvelos del doctor Durán, mientras la sabiduría de los años les permita disimular la ira por quienes envolvieron poblados enteros en cintas amarillas y encendieron al rojo vivo los pronósticos con fiestas clandestinas, visitas inoportunas, viajes caprichosos, colas postergables, la necia convicción de que «a mí no me va a tocar » o la confianza anticipada en solo una dosis de la vacuna.


Para relatar la versión infantil de la pandemia, los abuelos de mañana ocultarán las heridas que más duelen hoy: las mujeres que dieron a luz en estado crítico y se fueron de este mundo sin conocer el llanto o la sonrisa de sus bebés, los ancianos casi centenarios, sobrevivientes de guerras y achaques, abatidos por la indisciplina de un familiar cercano; los pequeños que vieron sus días de juego trastocados por la incertidumbre y el dolor de una sala de terapia intensiva, el vacío abrupto dejado por padres, tíos, hermanos, esposos o amigos, que pasaron de sospechosos a condenados a muerte en un abrir y cerrar de ojos, y la magnitud de secuelas que aún desconocemos.

Tenemos ahora la oportunidad de escribir la historia. Solo de nosotros depende que en el relato primen dolor o esperanza, desgaste o superación, impotencia o voluntad, sensatez o ligereza, empatía o desdén, solidaridad o egoísmo, resiliencia o caos. Todavía podemos decidir qué historia contaremos mañana.