
Durante casi medio siglo ha sostenido un duelo contra la muerte. Cubierto por una suave armadura blanca se presenta todos los días frente al adversario. Como arsenal lleva el conocimiento y la destreza multiplicados por los años, la búsqueda permanente de la verdad, la sensibilidad humana y el noble compromiso con la vida.
Al Dr. Armando Caballero López le queda pequeño el apellido. En su sala de cuidados intensivos la imagen literaria de guerrero honorable alcanza una dimensión paternal: inspiración para los residentes, alivio para los enfermos y consuelo para los familiares.

Santa Clara lo vio nacer el 7 de septiembre de 1947 y graduarse como médico en 1974. Ostenta los títulos de Doctor en Ciencias Médicas, Especialista de I y II grado en Anestesiología y Reanimación, y en Terapia Intensiva y Emergencias. Ha dedicado su vida al cuidado de los pacientes graves, sin abandonar la docencia y la investigación científica. Su nombre encabeza el primer libro cubano sobre Terapia Intensiva y, recientemente, fue elegido Miembro de Honor de la Academia de Ciencias de Cuba.
No alcanzan estas líneas para reflejar tantos sacrificios y honores; mas, vale la pena aventurarse a mirar más allá del profesional severo y concentrado en su rutina diaria. El carácter sencillo, la memoria prodigiosa y la anécdota jocosa emanan desde los primeros minutos del diálogo con Caballero, una leyenda viva.
Fue el primer presidente de la FEU y, luego, secretario de la UJC en la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Las Villas. ¿Cómo recuerda sus años de líder juvenil?
Estudié los dos primeros años de la carrera en la Universidad de La Habana, porque aquí solo se impartían los contenidos clínicos. Durante algún tiempo, la FEU y la UJC se fundieron en una sola organización; la idea fracasó, y en 1969, cuando regresé a Santa Clara, volvieron a funcionar de manera independiente. Se celebraron elecciones y me nombraron presidente de la FEU en la facultad. Hacia el final de la carrera pasé al Comité de la UJC.
«Fueron tiempos muy bonitos y de mucha actividad. Todo el trabajo de la juventud universitaria se basaba en la ejemplaridad. Había que ser un estudiante integral en la docencia, el deporte, los festivales culturales, en todo ».
Rendido ya a la vocación noble de salvar, curar o aliviar a los demás, durante los febriles años universitarios Armando Caballero halló otro amor perpetuo en la joven sagí¼era Nancy Adela Font Gutiérrez. Después de tres hijos, cuatro nietos y 46 años de alegrías y penas compartidas, asegura que le hubiera sido imposible vencer las adversidades sin ella.

La residencia en Anestesiología y Reanimación también le reservaba una vida de gloria, pero no resultó una elección espontánea…
Fue una decisión política. Cuando estás estudiado Medicina siempre piensas en lo que te gusta, luego la vida te demuestra que no se escoge así.
«Con el éxodo de médicos ocurrido durante los primeros años de la Revolución, alentado por el gobierno norteamericano, 15 de los 16 anestesiólogos de Las Villas querían emigrar. La Anestesiología, que siempre tuvo poco prestigio profesional, se convirtió en una de las especialidades “anémicasâ€.
«Como presidente de la FEU, participé en una reunión con alumnos de quinto año donde se les explicó la necesidad y la urgencia de formar nuevos profesionales en el país para garantizar la salud del pueblo; sin embargo, ningún voluntario levantó la mano. Al día siguiente nos citó Arnaldo Milián Castro, el primer secretario del Partido. Nos orientó reunirnos con todos los jóvenes para que explicaran por qué no habían dado el paso al frente, y a mí me dijo: “Espero que usted no tenga dudas el curso que vieneâ€.
«Como joven al fin, aspiraba a lo que más fama tenía: Cardiología, Cirugía o Medicina Interna. No obstante, al año siguiente se me quitaron las dudas, porque pasé a la Juventud y me dieron la tarea de convocar a los estudiantes. Llegado el momento, les dije: “De aquí tienen que salir seis anestesiólogos o dejan de ser militantes, y yo seré el primeroâ€. Después de un buen rato, salieron los otros cinco. Era una época diferente, por encima de todo estaban la Revolución y la salud del pueblo. Ninguno quería, pero fuimos ».
¿Cómo se enamoró de la especialidad y de la Terapia Intensiva?
El entonces decano de la Facultad de Medicina me regaló un libro que trajo de México, sobre la formación del anestesiólogo. Empezamos a leerlo y a descubrir la especialidad. Nosotros mismos hicimos el programa, pues ni siquiera había profesores para impartir las clases.
«De aquel libro me atrajo mucho la parte de Reanimación. El 8 de mayo de 1973 se inauguró, en el hospital universitario de Santa Clara, la segunda sala de Terapia Intensiva del país la primera funcionaba en el hospital Calixto García, de La Habana, hacía menos de un año. El ministro de Salud Pública se interesó por los profesionales que se incorporarían al nuevo servicio y preguntó si había algún joven motivado. Enseguida le respondí: “A mí me interesaâ€. Al terminar la residencia, cada uno siguió la rama que prefirió de la Anestesiología, y este fue mi camino ».
Entre 1977 y 1979 cursó una beca en Francia, que le aportó conocimientos sobre ventilación mecánica y hemodinámica del paciente grave. Recuerda sonriente la audacia con que se hizo visible ante un colectivo de especialistas que discriminaba a los nacidos en países subdesarrollados, y también, la dedicación puesta en el aprendizaje y la labor científica.
Volvió a la isla renovado, con el regocijo de una formación de excelencia. De Francia trajo el exclusivo título de Asistente extranjero de los hospitales de París; el nombre de su hija, Liliane, y los medicamentos para controlar las convulsiones de la pequeña, condenada a permanecer toda su vida en cama, debido a un accidente obstétrico.

También cumplió misión militar en Angola…
Fui de París para la guerra. Inmediatamente después de mi regreso, me llamaron para la misión militar. Significaba un honor para cualquier cubano revolucionario, y yo la había cumplido antes; pero estaba organizando el primer Congreso de Terapia Intensiva. Al final, tuve que irme sin terminar los preparativos.
«Me gané el derecho de ser el médico que traía a todos los cubanos graves hasta Cuba. Vine 20 veces, en viajes de 16 horas, y no se murió ningún paciente. Muchas veces no tenía tiempo de venir a Santa Clara a ver a mi niña, porque regresábamos al día siguiente ».
Con el apoyo incondicional de la madre de Caballero, una heroína se batía en Cuba con el cuidado de la pequeña Liliane, la crianza de Armando David, el ejercicio de la Anestesiología en el salón de operaciones del hospital de Santa Clara, la superación profesional y la llegada intempestiva de Jorge Alain: el tercer hijo.
«La guerra me marcó mucho y me siento orgulloso de haber ayudado, a pesar del peligro. Durante dos años atendí a muchas personas importantes, incluso, conocí al presidente José Eduardo dos Santos.
«Paradójicamente, en el 2006 hice un recorrido similar, en sentido contrario. Estaba en Angola y allá sufrí un infarto. Cuando quisieron llevarme a Sudáfrica, insistí en regresar a Cuba. Llamaron al profesor que me tutoró durante la beca, pero también me negué a viajar a Francia. Accedieron a traerme a La Habana e hicimos una escala de seis horas en el aeropuerto de París ».
A su juicio, ¿qué valores distinguen al intensivista?
Siempre he criticado al médico que considera que lo que hace es más importante. Las particularidades del especialista que atiende al paciente grave solo dependen de la cercanía con la muerte, porque todo el que va a cuidados intensivos está en peligro. Eso te obliga a ser extremadamente humano, humilde, a sufrir lo que sufren familiares y enfermos.
«Por lo demás, el intensivista debe tener las mismas cualidades que el resto de las personas. No celebro la mentira, la hipocresía, la falta de modestia ni la autosuficiencia. Siempre he tratado de enseñarles a mis alumnos a buscar la verdad, a no creer que lo saben todo y a recordar que los seres humanos se equivocan, aunque deben luchar para evitarlo ».
Precisamente, en casa, tienen Armando y Nancy dos discípulos eternos. Fascinados por el estudio del cuerpo humano, los hijos vistieron el atuendo familiar de bata blanca y estetoscopio. Después, se especializaron en Medicina Intensiva y Emergencias, decididos a brillar con luz propia, bajo miradas amigables o recelosas, y el apoyo incondicional de los padres.
En tiempos de pandemia, Caballero honra su compromiso diario con los pacientes graves positivos a la COVID-19 en el Hospital Militar Comandante Manuel Fajardo Rivero; Armando David dirige el servicio de Terapia Intensiva en el hospital Arnaldo Milián, y Jorge Alain retoma la dinámica profesional y familiar luego de prestar su colaboración durante diez meses en Kuwait.

Hace más de 40 años asumió el compromiso de salvar vidas, pero no siempre es posible. ¿Cómo afronta la muerte?
No podemos acostumbrarnos a la muerte por convivir con ella todos los días, aunque hay momentos más duros que otros. No es lo mismo ver morir a un viejito de 96 años, encamado, que a un joven de 18, lesionado en un accidente. Una de las situaciones más difíciles para el intensivista es perder a un paciente y salir a enfrentar a la familia, que espera una buena noticia. Tiene que hacerlo con el mayor humanismo y empatía posible.
Con una trayectoria profesional tan exitosa, seguro le han hecho todo tipo de propuestas. Sin embargo, usted sigue en Cuba, en Villa Clara y en su sala de Terapia Intensiva. ¿Por qué?
Soy un villaclareño feliz, fiel a la ciudad donde nací, a mi país y a mi familia. Tengo un matrimonio de 46 años y, aunque ella me ha querido botar unas cuantas veces, seguimos juntos bromea, mientras lanza una mirada pícara a Nancy.
Si bien casi todas las discusiones médicas llegan a la casa, ni el régimen de guardias ni los esfuerzos para salvar vidas mellan la relación familiar. Fuera del hospital, Armando David y Jorge Alain encuentran al mismo hombre sensible y exigente, al padre jovial, conversador, jaranero, deseoso del cariño de los suyos y de un traguito ocasional con los amigos, ¿por qué no?
Caballero sigue dispuesto para la lucha. Incorporó una mascarilla a su coraza y cumple los estrictos códigos de una batalla desgastante. Algunos le piden quedarse en la retaguardia, pero él no mirará de lejos al enemigo pequeño, feroz y desconocido. Confía en los dos escuderos que preparó celosamente y en los cuatro pequeños herederos que vienen detrás, para multiplicar sus virtudes y hazañas en cualquiera de los combates que decidan librar.