
Sobre la evolución de la enfermedad, la sintomatología característica de cada momento, el uso adecuado de los antibióticos y la conducta responsable durante el ingreso domiciliario comenta el doctor Carlos E Herrera Cartaya, máster en Ciencias, y especialista en medicina intensiva y emergencias del hospital universitario Arnaldo Milián Castro, quien, además, integra el Grupo Provincial de Expertos en la COVID-19 y es asesor de la Dirección Provincial de Salud.
Fases de la enfermedad
Tres momentos describen el perfil temporal de la COVID-19 y su comportamiento: fase de infección temprana, fase pulmonar y fase inmune o inflamatoria. Cada una posee características clínicas distintivas, y representan diferentes etapas de la enfermedad en el trascurso de los días.
La fase temprana comienza cuando el virus es inoculado en el organismo, penetra a través de las mucosas y comienza su replicación. En esta etapa aparecen manifestaciones clínicas generales que se confunden con otras infecciones virales, tales como malestar, decaimiento, fiebre, diarreas, cefalea, y síntomas respiratorios ligeros, fundamentalmente, tos, secreción nasal, y dolor de garganta. Resulta muy característica la alteración del gusto y el olfato.
La segunda etapa, o fase pulmonar, se produce una vez que el virus invade el aparato respiratorio en su tracto inferior, es decir, afecta los pulmones. Se aprecia la multiplicación y diseminación viral a nivel pulmonar, con inflamación del tejido, lo que da lugar a una neumonía viral. Las manifestaciones en esta etapa se corresponden con síntomas respiratorios importantes. La tos es generalmente seca, persistente, de moderada a intensa. Puede aparecer sensación de dificultad para respirar y opresión torácica.
Al examen físico se distingue un aumento de la frecuencia respiratoria. Estos signos indican alteraciones en el intercambio de gases a nivel pulmonar. También aumenta la toma del estado general, la fiebre se hace más persistente, el paciente refiere tener poco apetito, disminuye la ingestión de líquidos y pueden aparecer alteraciones del equilibrio hídrico, muy perjudicial para los enfermos.
La fase inmune o inflamatoria aparece en un porciento de pacientes. Se caracteriza por la clásica tormenta de citoquinas, y constituye la etapa más grave de la enfermedad. Debido a una respuesta inmune exagerada, se libera a la sangre una serie de sustancias que «inflaman » el organismo de forma generalizada. Entonces, se produce una enfermedad sistémica que afecta el corazón, los riñones, el cerebro, el hígado y, fundamentalmente, los pulmones, por lo que se desarrolla una insuficiencia respiratoria muy grave. Unida a las afectaciones de los demás órganos, puede conducir a la muerte de paciente.
Cabe señalar que en esta etapa la mayoría de los pacientes han negativizado la prueba de la PCR. Si un enfermo ya negativo continúa con síntomas, debe permanecer bajo vigilancia y mantener el tratamiento acorde con las manifestaciones que presente.
Síntomas a tener en cuenta

Es importante que las personas sepan reconocer los síntomas y el significado que pueden tener para su salud. Aunque a veces son muy molestos, los síntomas iniciales suelen ser leves y no traen consigo graves consecuencias. Sin embargo, una vez que aparece toma del estado general muy marcada, con estado de postración y fiebre mantenida y difícil de controlar debe pensarse en una progresión de la enfermedad.
Otras manifestaciones preocupantes consisten en: dificultad para ingerir líquidos, sequedad de las mucosas, sed, dificultad para respirar, aumento de la frecuencia respiratoria, sensación de opresión torácica, taquicardia, diarreas voluminosas u otras alteraciones que comprometan el estado general. Ante cualquier manifestación de gravedad deben llamar a su médico o solicitar la actuación de los equipos profesionales designados para este tipo de contingencia en su área de salud.
Sobre el uso de antibióticos
La COVID-19 es una enfermedad originada por una especie de coronavirus denominada SARS-CoV-2, es decir, un virus. Por lo tanto, no está indicado ningún antimicrobiano destinado a tratar infecciones bacterianas. Su uso queda limitado para aquellos casos con infección bacteriana sobreañadida. Como esta no ocurre en la mayoría de los pacientes, solo un grupo necesita el tratamiento. El diagnóstico de la neumonía bacteriana, le corresponde al facultativo, pues implica elementos clínicos, físicos, radiológicos y de laboratorio.

La Azitromicina es el ejemplo típico de lo que hablamos, y le sigue la ceftriaxona o Rocephin, como se conoce en la población. Ninguno de los dos está incluido en el protocolo para el tratamiento de la COVID-19, a no ser que el paciente tenga una infección bacteriana. Una parte de la población los usa indiscriminadamente.
Al inicio de la pandemia, en varios países fue empleada la Azitromicina, en combinación con hidroxicloroquina, pues se pensaba que reducía la carga viral; pero las investigaciones posteriores desmintieron esta hipótesis y señalaron el riesgo cardiovascular que produce el uso de estos dos medicamentos concomitantes.
Por otra parte, el consumo indiscriminado de estos fármacos puede ocasionar diarreas, náuseas y vómitos, que agravan el curso de la enfermedad, y alteran las barreras de defensa naturales del organismo.
Recomendaciones

Es importante no perder la ecuanimidad y no dejarse atrapar por el pánico, pues eso nos lleva a cometer errores en el manejo de los pacientes, que traen consecuencias negativas.
Cobran vital importancia la higiene de los hogares, la desinfección de las superficies, el uso del nasobuco por parte de todos los miembros de la familia y el aislamiento intradomiciliario.
En la medida de las posibilidades, se debe garantizar al enfermo el mayor confort posible, una habitación ventilada, una alimentación balanceada, abundantes líquidos, y cumplir con las indicaciones médicas. Resulta muy importante no ocultar los síntomas, y solicitar ayuda profesional ante cualquier complicación.