«Y no podréis quitarme la sonora soledad en la noche / ¿Cómo impediréis que (…) rompan su cautiverio los sentidos / y que emprenda yo mismo, hecho mil, por senderos (....) desconocidos ».
Juan Marinello
He ahí lo más difícil para el ser humano, después que la maternal naturaleza le da la enorme gracia de la vida: volver a nacer y hacerlo en cada acto, en cada acción, en cada obra, gesto, palabra y pensamiento, aun cuando ya no son cenizas sus cenizas. El mérito del parto es de la madre, pero el constante renacer es su legado.
Y es que aquel Juan, nacido en Jicotea el 2 de noviembre de 1898 con nombre tan común y simple, el que perdió a su madre cuando apenas cumplió los dos años, volvió a nacer en brazos de una negra, madre de crianza, que lo vacunó con generosa pasión contra todos los prejuicios raciales. Y al crecer, Juan tuvo una vida tan plena y alcanzó la altura de hombre de vastísima cultura y de intachable trayectoria política, dejando para la eternidad su ejemplo de intelectual revolucionario que puso su talento y sus conocimientos al servicio de las causas justas.

Cuando todavía era Juanito, observaba con mirada profunda el entorno feudal del ingenio Pastora y la certera fe en el mejoramiento humano le permitió conocer la sociedad socialista, cuya realización y perfeccionamiento contó con el amor infinito de la labor incansable del Juan Marinello que conocí.
Antes de leer sus poemas de original aliento supe de su empuje por el estudio penetrante de la historia, para que «se conozcan, dijo, las raíces de malos hábitos (...) y para que se advierta la abismal diferencia entre lo de ayer y lo de hoy ». Aún sin sumergirme en su prosa supe del joven que fue uno de los 13 en protestar por la corrupción imperante, miembro del Grupo Minorista, fundador de la Revista de Avance y hasta uno de los jóvenes que trasladaron las cenizas de Mella a suelo patrio.
Cada paso que dio fue un renacer constante. Delegado a la Asamblea Constituyente de 1940, candidato a la alcaldía de La Habana, representante a la Cámara en 1942, ministro sin cartera en 1943, senador en 1944, candidato a la presidencia en 1948 por el Partido Socialista, miembro del Consejo Mundial de la Paz desde el primer congreso en 1949, rector de la Universidad de La Habana en 1962, embajador de la Uesco, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, electo el 2 de noviembre de 1976, a sus 78 años.
Fue por esa fecha cuando lo conocí. En ese entonces me dio una muestra de su talento, su voz, su conducta. Marinello se reveló, con su legado imperecedero y actuante, como un hombre de talla excepcional. Aquella mañana se constituía la Asamblea Nacional del Poder Popular, y frente a las cámaras de la televisión, imponiéndose a su dolor, sin que lo traicionara un solo gesto emotivo, Juan Marinello, el hombre que acababa de perder a su amada esposa, ocupó su puesto en la presidencia, y condujo con acierto y seguridad la sesión constituyente. Nos mostraba que era su deber de comunista anteponer al propio dolor personal el cumplimiento del deber para con la sociedad.
María Josefa Vidaurreta fue su compañera de toda la vida, aquella a la que había dedicado sus versos, sus libros y las cartas de amor más bellas que se puedan conocer. Era, además, la mujer que le ayudó en todas sus tareas, la que le acompañó en su ideología y en sus afanes, por la que sentía un amor tan grande, que en menos de cuatro meses, aquella pérdida abrevió su existencia. Y así se fue Juan, hecho mil, por senderos desconocidos, como él mismo evocara a la muerte en su poesía.

No fue menor su quehacer cultural. Figura cimera de nuestro continente, contribuyó con su obra a la historia americana de las letras, al encarnar la más pura actitud de vanguardia en la creación artística de su tiempo. Su prosa vibró al impulso de cuanto proclamara en su poesía, y así mismo ejerció el periodismo, la crítica, la investigación.
Ahora, cuando cumpliría 123 años, en este mundo tan patas arriba, entre pandemia, guerras de última generación y agresiones desmedidas contra el ecosistema, Marinello anda entre nosotros, rotos ya los cautiverios de los sentidos, hecho mil entre los jóvenes universitarios que acompañan a la máxima dirección de nuestro país perfeccionando el trabajo social y la atención a las comunidades más desfavorecidas. Marcha con los artistas y los intelectuales con sus criterios orientadores, y sus ideas claras y profundas, en un renacer sin límites con su obra perdurable y su ejemplo inextinguible.