Con Fulgueiras, Fidel llegó para quedarse

A pocos días del aniversario 99 del natalicio de Fidel, conversamos con el periodista y escritor José Antonio Fulgueiras Domínguez sobre sus vivencias cerca del Comandante en Jefe.

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Fidel Castro Ruz durante un recorrido por el pedraplén de Caibarién, y junto a él, el periodista José Antonio Fulgueiras.
A la derecha, el periodista José Antonio Fulgueiras acompañando a Fidel en uno de sus recorridos por el pedraplén de Caibarién. (Foto: Archivo de Vanguardia)
Mónica Sardiña Molina
Mónica Sardiña Molina
@monicasm97
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10 Agosto 2025

Tan implacable como el calor de agosto resulta acomodar, en las mismas cuartillas, la grandeza de Fidel, la sencillez con que la cuenta José Antonio Fulgueiras y el soporte que ha dado Vanguardia a estas y otras innumerables historias, desde el 9 de agosto de 1962, cuando nació el periódico de la entonces provincia de Las Villas.

Me siento frente al Fulgue, Machete o el Muerto, como si alguno de sus apodos cariñosos volviera menos intimidante entrevistar al merecedor del Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida (2023), el escritor consagrado de casi 30 títulos en los que la crónica resulta plato fuerte, el poeta con alma de cuentero y picaresca guajira que prestigia con su nombre y con sus letras las alineaciones de la UPEC y la Uneac, como dicta el argot beisbolero que tanto le apasiona.

Cuando comienza a hablar «en letra de molde», como reconoce, medio en broma y medio en serio, parece que las ideas y las palabras retozan, alborotadas por salir todas a la vez. Enseguida aflora el niño nacido en Macún, cerca de Sagua la Grande, demasiado «regado» para destacar en el aula, «pero cada vez que escribía una composición, era la que ponían en la pizarra».

Mientras prestaba servicio en la Marina de Guerra siguió escribiendo y obtuvo un premio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, aunque por aquellos años sus intereses se centraban en la poesía y el cuento. Al periodismo llegó como corresponsal voluntario, para «quedar bien» con uno de los directores de la empresa telefónica de Sagua, que apañaba su poca disposición a brillar en el oficio de operador.

Entonces conoció a Ifraín Sacerio Guardado, mentor y cómplice de sus andanzas reporteriles. Con un par de crónicas ganó el concurso nacional de corresponsales deportivos en dos años consecutivos, y continuó como corresponsal municipal para Vanguardia.

En la crónica de la vida de Fulgueiras no falta nunca la anécdota de su entrevista a un coterráneo que se convirtió en uno de los artistas plásticos más prominentes de Cuba:

«Una noche soñé que iba a entrevistar a Wifredo Lam. Al otro día por la mañana, cuando fui a merendar, me enteré de que estaba haciendo un recorrido por el parque. Me le acerqué rápido, con un mocho de lápiz en la mano, él me pidió que esperara, porque lo estaban filmando, y después me dio una entrevista como si yo fuera, no sé, el mejor periodista del mundo. Me enseñó mucho la humildad de ese hombre».

La entrada a la Redacción del diario, ya villaclareño, también se la ganó con talento a pulso, tras una inundación en la localidad de El Santo, en el municipio de Encrucijada.

José Antonio Fulgueiras.
José Antonio Fulgueiras. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

«Fui como ayudante de reparador y vi una niña casi ahogada, rescatada por un hombre vestido de verde olivo. Redacté una crónica, la mandé para el periódico y me la publicaron en primera plana. Entonces el director, Pedro Hernández Soto, quien fue mi padre en el periodismo, me mandó a buscar. Me preguntó: “¿Quieres venir para acá?”. Yo le dije que sí. Regresé a la planta telefónica, regalé las llaves, los alicates y todo eso, y aquí empecé, en diciembre de 1978».

En la esquina santaclareña de Céspedes y Plácido, permaneció por otros 20 años, hasta que le pidieron fundar la corresponsalía del periódico Trabajadores en la provincia. Luego, pasó otro decenio como corresponsal del diario Granma, y sigue subiendo la misma escalera para llegar a la corresponsalía de la agencia internacional Prensa Latina en Villa Clara.

«Siempre digo que las cosas más grandes que he conseguido en mi vida las logré siendo periodista de Vanguardia. Primero, me hice universitario, viajando en una moto a La Habana para cursar la carrera de Periodismo, con Sacerio, durmiendo en terminales y todas esas historias que conté después en el libro Periodista de provincia. Cumplí misión internacionalista en Angola, y al regresar me eligieron presidente de la UPEC, cuando no era un cargo profesional y tuve que llevarlo a la par de mis labores de reportero.

«Aquí alcancé mi desarrollo como periodista deportivo, que es por lo que me conoce todo el mundo, y escribí mis dos primeros libros: El hombre por dentro, con las vivencias de Angola, y Con el santo claro, que ganó el premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara, ambos con textos que había publicado en el periódico».

—¿Es usted un fidelista?

—Sí, sí lo soy. Bueno, en primer lugar, nací el mismo día que Fidel, un 13 de agosto. Desde niño lo seguí y vi cómo, si empezaba a llover en medio de un discurso, seguía mojándose, no se iba. Como también soy muy guevariano, ratifico lo que dijo el Che: que Fidel siempre fue el primero en todo. Nunca mandó a hacer algo que no hubiera hecho él mismo antes. En la Sierra era el primero, en Girón estuvo y se montó en el tanque de guerra. Les caía detrás a los ciclones. Le puse como título Y en eso llegó Fidel a ese libro, porque cada vez que pasaba algo, se sabía que él estaría. Era siempre el ejemplo.

«Estuve en el Malecón el 5 de agosto de 1994. Para allá fue Fidel y nadie tiró ninguna piedra después de que llegó. Nunca pudieron ponerlo contra la pared, ni en las entrevistas dificilísimas que le hacían. Siempre siempre siempre tenía una buena salida para todo».

En el volumen para cuyo título Fulgueiras tomó prestado uno de los versos icónicos del cantautor Carlos Puebla, descubrimos al líder que conversaba en tono jocoso con los campesinos sobre los temas más serios, honraba el valor de los combatientes, admiraba a los cortadores de caña, impulsaba el empoderamiento de las mujeres en todas las tareas, fomentaba el protagonismo de los obreros, escuchaba a los estudiantes, provocaba a los jóvenes, estimulaba a los atletas; conspiraba con los artistas, periodistas y maestros; entablaba diálogos interminables con profesionales y científicos, llenos de preguntas certeras y aprendizaje mutuo, y ponía en las posiciones más incómodas a funcionarios o dirigentes, porque el interés popular siempre apremiaba.

—¿Qué momentos recuerda junto al Comandante en Jefe?

—Como periodista, me pusieron a cubrir sus recorridos y los de Raúl en la provincia. Estuve en muchos, como el del pedraplén, cuando le pregunté por el día que casi se ahoga; otro que comenzamos por el molino de El Purio y terminamos en las playas de Corralillo, donde vi una niña escribiendo su nombre en la arena y me inspiró el poema «Hombre bueno y mar de espuma».

Hombre bueno y mar de espuma

«Hay sol bueno y mar de espuma
y arena fina y Pilar…»
con su traje de escolar
a la alborada se suma.

Un madero como pluma,
traza una F sencilla,
mientras el mar se acuclilla
con su cuerpo de salitre

para formarle un pupitre
de arena junto a la orilla.

 «Y está así, con estos modos»,
más alegre la barranca

y hasta la arena es más blanca
y negra, porque es de todos.
El mar se lava los codos
que le enturbiara la bruma
rendida. Luego se esfuma
el oleaje, y a ella allí,
mientras escribe la I
le llega a los pies la espuma.

Hay un sueño de azucena
(es el sueño de un pionero)
En junio como en enero
luce más blanca la arena.
Pilar que quiere ser buena
se empeña en formar la D,
luego se suma la E
en verde-azules matices:
Junto a los niños felices
qué alegre la mar se ve.

«Está la playa muy linda
todo el mundo está en la playa»
y el mar choca con la valla
de arena sin que se rinda.
El sol despierto deslinda
el trazo sobre el mantel
de arena, mientras que el
gráfico sobre la duna
deja consumada una
palabra santa: Fidel.

«Cuando salimos, estaban esperando a unos combatientes internacionalistas y él se bajó a saludar a las familias. Regresé en otra visita a ese mismo municipio, luego del paso del ciclón Michelle. Estuve en la inauguración de las escuelas de Trabajadores Sociales y de Instructores de Arte, en Santa Clara».

—¿Qué respuestas le quedaron pendientes para cronicar o rimar sobre Fidel?

—Me hubiera gustado preguntarle varias cosas de las que no hay una respuesta exacta. Por ejemplo, por qué hizo comandante al Che primero que a Raúl y a todos los demás; por qué no les dieron grados militares a Vilma, Haydée, Celia, todas esas mujeres que estuvieron en la Sierra Maestra. Otra curiosidad que tengo: en una ocasión Raúl dijo que mientras Fidel estaba en la escuela escribía poemas y después no lo hizo más. Me hubiera gustado preguntarle por qué dejó la poesía.

—Si aquella generación no dejó morir al Apóstol en el año de su centenario, ¿cómo podría la nuestra mantener vivo a Fidel?

—Es difícil. Nosotros en Cuba trabajamos por jornadas, pero el esfuerzo debería hacerse siempre, porque los jóvenes no conocen muchas historias de Fidel, y si solo se habla de él en una fecha, o no se publica sobre sus anécdotas, su humanidad, todas las cosas que hizo, como traer a los niños de Chernóbil tras el accidente en la central nuclear ucraniana —uno de los gestos más grandes que han marcado a la Revolución cubana—, entonces esa generación que va surgiendo ahora estará viendo un santo, una estatua. Creo que en Cuba ha faltado mucho eso de humanizar, y no es solo una tarea de los periodistas, sino de mucha gente.

«Tuve la oportunidad de entrevistar a numerosas personas, y lo más grande que hizo Fidel fue aglutinar a la gente del Movimiento 26 de Julio y de otras organizaciones con líderes de pensamiento diverso, y cada uno era un personaje, en el sentido de que tenía un criterio muy propio. El único capaz de lograr eso era Fidel.

«Solo Fidel podía mandar a Camilo a sustituir a Huber Matos en Camagüey. Cuando el Che terminó su misión en el Congo, dijo: “Yo me voy de aquí únicamente porque Fidel me mandó a que me fuera”.

«Esa frase de Haydée Santamaría, cuando salieron del presidio en Isla de Pinos: “Todos venían, no venía mi hermano Abel, pero venía Fidel, que era el que hacía falta que se salvara”, también dice mucho.

«Como Martí, Fidel era de esas personas que se dan cada muchos años. Imitarlo es imposible, solo se puede tratar de seguir sus ideas. En septiembre de 1996 Díaz-Canel le pidió que le hablara al pueblo de Villa Clara y al otro día se llenó la Plaza, estaba lloviendo y la gente se quedó. Y ese cartelito que sostenía una mujer: “Fidel, habla, te necesito”...».

—¿Le quedan historias por publicar sobre el líder histórico de la Revolución?

—Sí, cómo no, siempre queda algo. Ahora estoy escribiendo un libro sobre los años 50, su vínculo con el proyecto para derrocar la tiranía de Rafael Leónidas Trujillo, en República Dominicana; su participación en el Bogotazo, en Colombia, y cómo se convertía en líder dondequiera que llegaba. Estoy trabajando con otras personas que lo conocieron, antes de que desaparezcan esos testimonios.

No hay forma certera de cerrar el diálogo con un hombre cuya mayor aspiración consiste en seguir escribiendo, poniéndole humor, polémica y metáforas criollas a crónicas sostenidas por la veracidad periodística y el guiño literario. Como escribiera el gran Pedro de la Hoz, otro de sus compinches de aventuras reporteriles en Vanguardia: «Es que el Fulgue es periodista y poeta popular, con el santo claro y la maña en las palabras. Dominar al género jíbaro es cosa muy suya».

Entonces, no nos queda más que esperar con ansias sus próximas creaciones.

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