
Cada lunes, desde hace unos 15 días, Miguel íngel Alfonso Mora cambia la comodidad de su casa en Cabaiguán, Sancti Spíritus, por un trabajo temporal en Placetas. Mañana y tarde, hasta los viernes, intenta devolverle la vitalidad al parque de diversiones Camilo Cienfuegos, de ese poblado villaclareño. Un puñado de pinceles y unos pomos recortados por la mitad, llenos con pintura de aceite, son todas sus herramientas.
Quizás eso no sea lo más llamativo en este hombre. De hecho, habría que detenerse, observar, preguntarle, para saber esas informaciones. Lo más llamativo en él ya por el morbo humano o por el esfuerzo que se descubre luego, podría estar en su anatomía: una estructura metálica prolonga su rodilla derecha, hasta unirla a un zapato de trabajo.
«Esto fue lo que me hizo ponerle más seriedad a la pintura », dice, y pasa una mano por la prótesis.
Miguel íngel perdió la pierna en un accidente ferroviario, en su natal Cifuentes (Villa Clara), en el 2000. Antes de eso, había sido jardinero en Varadero, y en su tiempo libre pintaba algo, pero poco. «La pintura me ayudó a recuperarme de aquel desastre. Fue… como un refugio ».
No recibió instrucción alguna para el dibujo y, quizás por eso su técnica no sea de las más pulidas. No obstante, le basta con organizar las ideas y tener los materiales a mano.
«Preferentemente, pinto el paisaje típico cubano, el de campo, porque es el ambiente en que me crié. Aunque también hago encargos como el de este parque de diversiones. Ya había hecho un trabajo parecido en Cifuentes, la referencia le llegó al administrador de acá, y me contrató ».
Lo otro llamativo en Miguel íngel más allá de la prótesis, o de su habilidad para manejarla, resalta en los propios dibujos: por encima de las Barbies, de Dora la Exploradora y cuanto animado extranjero llena hoy las programaciones de los niños, él prefiere los personajes de Elpidio Valdés.
«Esa fue mi infancia: la de Elpidio, los muñequitos rusos, Vampiros en La Habana. No me gusta otra cosa. Ojalá a los niños cubanos de hoy les gustaran tanto. Ojalá supieran valorarlos como se merecen ».
El hombre se levanta. Camina unos metros, hacia la próxima pared que decorará. Apenas cojea. «Quizás haga aquí uno de esos paisajes míos », dice. Y vuelve a la posición anterior.