
Ernesto González Campos fue seleccionado para integrar el grupo que el 26 de julio de 1953 tenía como misión tomar la posta 3 del cuartel Moncada. Mientras Gilberto García Alonso vino en el yate Granma, pues, como afirma, tuvo el privilegio de integrar el selecto grupo de 82 expedicionarios que desembarcó el 2 de diciembre de 1956, por los Cayuelos, Playa Las Coloradas, para cumplir el compromiso de Fidel de Ser Libres o Ser Mártires.
Acá en Villa Clara, provincia que recorren desde ayer, está la cuna de Abel Santamaría Cuadrado, el segundo jefe del Movimiento, y de su hermana Haydée, la Heroína del Moncada, y también se encuentra el sagrado recinto donde reposan los restos del Che y los de sus compañeros del Destacamento de Refuerzo.

Ernesto conoció a Abel en aquellos meses de entrenamiento previo a la acción del Moncada. Lo califica, como Fidel, el alma del Movimiento: «Un joven que convencía con la palabra, de hablar pausado. Era como el propio Fidel, pero no tan impulsivo, aunque igual de persuasivo. Estuvo muchas estuvo veces reunido con nosotros. Nos trataba con una delicadeza muy grande. Era muy amable y cariñoso. Fiel a Fidel, al extremo que a la hora de salir al combate pidió estar en el lugar de mayor peligro para cuidarlo, pues consideraba que Fidel no debía morir, pues si moría, la incipiente Revolución también moriría.

«De todos nosotros fue el que más sufrió en el Moncada, pues le arrancaron un ojo con una bayoneta, pero no habló, se mantuvo firme. Al igual que su hermana Haydée, quien dijo que si Abel no había hablado, ella tampoco lo haría y que “morir por la Patria es vivir ».
Mientras Gilberto revela una anécdota poco, o desconocida del Che, a quien conoció en Ciudad de México en una de las casas que albergaba a los futuros expedicionarios. Se trata de la conversación que sostuvo con el futuro Guerrillero Heroico y este le reveló sus experiencias como marino mercante:
«Casi nadie sabe que el Che se enroló en un barco mercante como enfermero y de eso me habló en una de esas noches en que muchos salían a conocer la ciudad y él, que ya había estado antes en México, prefería quedarse leyendo. Yo también me quedé algunas veces y por esa razón simpatizamos bastante, pues nos poníamos a hablar de nuestras cosas.
«En una oportunidad le dije que me enseñara a inyectar y me enseñó, buscando las venas y explicándome cómo se ponía la inyección. Y en otra de esas conversaciones me reveló laa experiencia suya como enfermero de un barco mercante y los problemas que tuvo con el capitán del barco durante la travesía.
«Esto no lo había contado nunca, o mejor dicho, no lo hacía desde los primeros años de la Revolución, cuando se lo comenté a Don Ernesto, el padre del Che, y este lo negó. Creí que hasta podía ser un error mío. Pero ahora acá en el Museo vi el carné de enfermero del Che y el documento que demuestra su breve estancia marinera. Así que vuelvo a narrar aquel desconocido pasaje. Y confieso que me dio mucha satisfacción comprobarlo acá en el lugar donde descansan sus restos ».
Este sábado ambos revolucionarios visitarán Encrucijada, cuna de Abel y Haydée, y también del líder azucarero Jesús Menéndez, cuyas casas natales, convertidas en museos, Ernesto y Gilberto, asaltante del Moncada, el primero, y expedicionario del Yate Granma, el otro, conocerán.