Luis Orlando León Carpio
Luis Orlando León Carpio
@leon_luiso
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11 Junio 2015

Me late el corazón cuando me dicen cubano. Cada vez que escucho este verso, extraí­do de una canción de Moneda Dura, no sé qué enigma divino me hace recordar el Himno Nacional. Una suerte de revelación, supongo yo, por obra y gracia del patriotismo encarnado en las partituras que vieron la luz en el aposento de Perucho Figueredo, por allá por el siglo XIX.

Partitura del Himno Nacional.Partitura de La Bayamesa. (Foto: Tomada de Internet)Y es que, cuando de patriotismo se trata, las notas de este himno, bautizado como La Bayamesa en un inicio, enaltece a cada uno de los cubanos que sentimos tal amor por esta tierra cual si fuera parte fí­sica de uno mismo.

La historia popular recoge su nacimiento como un pasaje romántico en el que su principal hacedor, Perucho Figueredo, tras la liberación de Bayamo cabalga por las calles de la ciudad componiendo y entonando las primeras melodí­as que luego devendrí­an una de nuestras enseñas nacionales.

Para suerte mí­a, hay mucho más en ese hecho, que no sucedió tal cual nos cuentan como historia de niños, sino que fue un proceso rico en matices donde existe, aunque muchos no lo crean, el intelecto de una mujer como coautora de los seis versos que lo integraron en un principio. Sí­, porque Isabel Vázquez, esposa de Perucho, a juicio de muchos historiadores, resultó la compositora de la lí­rica con que hoy nos emocionamos al escuchar: Al combate corred, bayameses, que la patria os contempla orgullosa.

La versión cubana de la Marsellesa. Así­ le sugirieron como inspiración al joven abogado, de amplios conocimientos musicales, Pedro Figueredo. Acaso porque la de Cuba era una revolución con el mismo carácter humano que la de Francia, acaso porque su trascendencia permearí­a el devenir histórico de la Isla.

Un 11 de junio de 1868, en la Iglesia Mayor de Bayamo, algunos lugareños fueron testigo de las primeras notas de aquella composición guerrera. La versión prácticamente no varí­a en las fuentes, lo cual confirma su validez. El 8 de mayo de 1868, Figueredo le solicita al músico Manuel Muñoz Cedeño la orquestación de aquella marcha. Tal fue la acogida que los revolucionarios dieron a la orquestación, que Perucho pidió permiso al sacerdote José Batista para interpretarla en público, al finalizar la misa en la iglesia, aprovechando que por las festividades religiosas de esa época estarí­a presente el gobernador español.

Y esta es la parte que más disfruto. Cuando el gobernador escuchó la marcha se sorprendió y mandó a buscar al director de la orquesta quien le informó que habí­a sido creada por el señor Pedro Figueredo. El gobernador señaló que aquella pieza no tení­a nada de religiosa y sí­ mucho de guerrera, a lo que Perucho respondió: «Usted no puede determinar que este sea un canto de guerra puesto que no es músico ».

Definitivamente, la historia detrás de nuestro himno nacional perdura como un pasaje enigmático dentro de los libros. Pero es una historia más atractiva, sin dudas, que la del hombre montado encima de un corcel, que la del poeta que se inspira desde el empirismo de una cabalgata. Quizás es porque yo, amante empedernido de las letras del himno, prefiero los matices de una historia real, sin manchas.

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