El peregrinar de los villareños durante el año 72* fue duro y largo por tierras del este, allá por Camagí¼ey-Oriente, ante la ausencia de armas y vestimentas, y se caracterizó por una persistente hostilidad enemiga que provocó la diaria desbandada.
Sobre este tema |
Sedicioso croquis de los insurrectos villareños |
Aniversario 150 del alzamiento de Las Villas |
Allá se dirigen las fuerzas insurrectas. No quedó otra opción ante la arremetida española, empeñada en cortar todo avance hacia las prósperas llanuras de Cienfuegos-Colón-Matanzas. Tal parece que la guerra languidece en la región central, pero siempre hay un estallido independentista por un lado u otro.
Ramiro Guerra Sánchez, en Historia de la nación cubana (1952), subraya que «la proclamada “pacificación†de Las Villas, a pesar de la debilidad del movimiento revolucionario […], no consiguió los resultados propuestos porque en muchas jurisdicciones el mando español estuvo en jaque, y hubo fuerzas combatiendo en diferentes localidades ».
En agosto, en carta íntima, el general español Manuel Portillo y Portillo, advertía a José A. Martínez-Fortún y Erlés, comandante militar de la jurisdicción de Remedios, que la «situación de Sancti Spíritus y Morón no es tan satisfactoria como generalmente se cree […], y quedan, aunque pocos, insurrectos para dar que hacer a las tropas ».

En Santa Clara, centro de concentración sistemática de efectivos del ejército español, las actas capitulares del cabildo, referidas siempre al abordaje administrativo de préstamos, pagos y contribuciones, no reflejaron entre 1870-1872 aspectos significativos del conflicto armado en la jurisdicción. Muy diferente está anotado en los diez primeros meses de iniciada la contienda independentista, a partir del 6 de febrero del 69, cuando el movimiento y acuartelamiento militar español llegó a altas proporciones. Entonces aparecieron asentadas las cláusulas de «Estado de Guerra », «Tropas en Operaciones », «Insurrectos », «Tea Incendiaria » y «Presos Políticos », terminología que tiende a desaparecer por un tiempo en esos registros.
En Héroes humildes (1911), las crónicas póstumas del mayor general Serafín Sánchez Valdivia, existe un recordatorio: «Del año 1871 en lo adelante, empezó el crisol de la revolución a purificar su alma y a dar a la luz el valor verdadero de sus hijos, a separar la paja del grano […]. Entonces fue cuando buscamos refugio más seguro en el vasto territorio camagí¼eyano, ya que era imposible sostenernos en el apretado y defendido de Las Villas; y allá emigramos todos, con nuestras armas de combate, pidiendo pólvora para defendernos y atacar al enemigo ».
El criterio es extendido en abril de 1872 por los periódicos remedianos El Español y El Centinela, ahora refundidos en El Centinela Español, cuando resaltan que «reina bastante tranquilidad ». Por esa fecha prospera el fomento de siembras de caña y tabaco en Camajuaní, Taguayabón, Guaracabulla y Gí¼eiba. También continúan los trabajos de prolongación de las vías ferroviarias de San Andrés-Placetas, en su paso por varios ingenios, y se promueve el correspondiente a Zaza-Caibarién. De igual forma incentivan la inversión de capitales azucareros procedentes de la región occidental.

La calma es notoria, y hasta propicia la rebatiña entre Remedios y Caibarién al solicitar al Gobierno Político Superior y al ministro de Ultramar, en un caso, el título de ciudad, y en otro, el de villa y ayuntamiento, respectivamente. La resistencia de un lado y otro creció hasta alegar que los del «Cayo » tenían «poca industria y […] debe sus riquezas al embarque de productos […], y no puede tener vida propia por sus pocas rentas pues es el partido más pobre en riquezas territorial y está considerado barrio de la cabecera », recogió José A. Martínez-Fortún y Foyo en Anales y efemérides de San Juan de los Remedios y su jurisdicción, los imprescindibles estudios historiográficos. En definitiva, por los servicios prestados a España, luego recibieron, por «fidelidad », sus respectivos premios.
Al término de diciembre de 1873, el general Portillo y Portillo, desde Santa Clara escribió otra vez a Martínez-Fortún y Erlés, marqués de Placetas, y añadió: «Según mis noticias se nota algún movimiento y reuniones de gente en varios partidos rurales de la jurisdicción de Sagua y Santa Clara, que pudieran ser precursores de acontecimientos semejantes a los del año 1869: conviene, pues, que estén Uds. muy alertas porque si hay algo, el plan comprenderá también a esa comarca ». Tenía razón la suspicacia del militar español, según recogen los Anales y efemérides...
Comienza el siguiente año y aparece otro cruce de correspondencia. El general Portillo y Portillo, jefe militar de Puerto Príncipe, escribe al coronel Fortún y Erlés para precisar: «He encontrado este departamento en malísimo estado: abatido de un modo inconcebible el espíritu de nuestras tropas, y sumamente levantado y enorgullecido el de los insurrectos y sus simpatizantes […]. Mas, sería grave error pensar por eso que está próxima la pacificación de este departamento. Esto requiere mucho tiempo, con mayores fuerzas y una política más acertada y constante de la segunda hasta hace poco por nuestra parte ».

Por llegar a Las Villas están las fuerzas insurrectas del entonces comandante Francisco Carrillo Morales. Vienen de predios camagí¼eyanos en apoyo del teniente coronel Francisco Jiménez, que ya operaba en la jurisdicción de Sancti Spíritus. Desde hacía dos años no había reportes de sistemáticos «estados de guerra » en el territorio. En agosto de 1874 hay combates en Hondones y Las Charcas, Limpios de Taguasco y Ciego Potrero, y también en Tapaderas (Buenavista), al tiempo que queman el ingenio San Manuel (Ariosa) y asaltan El Cupey, en Placetas. Las zonas de Remedios, Sagua la Grande, Santa Clara y Cienfuegos se incluyen en posibles asedios y otras ofensivas mambisas.
Tetúan visto por Martí
Próximo al antiguo Camino Real a Puerto Príncipe, entre Viñas y Dolores, zona de ingenios azucareros, las añejas paredes de piedras exhiben todavía las saeteras de una legendaria fortificación militar construida en 1869 para detener el empuje de las fuerzas mambisas alzadas en la jurisdicción de Remedios. Con el nombre honraban a Leopoldo O'Donnell y Jorís, ídolo de la batalla de Tetúan durante la guerra hispano-marroquí, muerto dos años antes.
Por elocuentes palabras del mayor general Francisco Carrillo Morales, ya en el exilio forzoso después de la Guerra Chiquita, Martí conoció el testimonio y reprodujo los acontecimientos ocurridos el 23 de septiembre de 1874 durante el asalto y toma de la pequeña fortaleza militar española en Remedios. Era día de persistente lluvia, y la localidad se aprestaba, a la mañana siguiente, para recibir al séquito que acompañaba a José Gutiérrez de la Concha, el capitán general, en proyectado viaje procedente de Sagua la Grande-Caibarién, por el norte, y luego al sur, desde Cienfuegos hasta Tunas de Zaza, advierte Martínez-Fortún y Foyo.
Tamaña sorpresa se llevó el engalanado militar, hospedado entonces en la vivienda del proespañol Estratón Bausá, cuando supo la noticia de que el fuerte Tetuán había caído en manos de los mambises dirigidos por el comandante Carrillo: «El héroe del ataque fue Jesús Crespo que se metió en la casa entre la solera y el techo, machete en mano, sembró el desconcierto entre los sitiados, abrió la puerta y fue tomada por los asaltantes. Crespo se salvó de milagro, por su fuerza y agilidad », sintetizan los Anales y efemérides…

En Patria, correspondiente al 19 de marzo de 1892, Martí al recoger el Cuento de la guerra. El teniente Crespo, es más minucioso. Recrea en cincelada crónica la hazaña de Arcadio de Jesús Crespo Moreno, uno de los combatientes remedianos que acompañó a Pancho García Conde y a Salomé Hernández en el tránsito de los insurrectos villareños hacia Camagí¼ey. Las increíbles historias de ese insurrecto, que durante la Guerra de los Diez Años alcanzó los grados de comandante, están recogidas también en Héroes humildes, de Sánchez Valdivia, quien observó con cuánto desenfado y patriotismo combatía ese hijo de Caibarién por Jimaguayú, Las Guásimas, La Sacra y Palo Seco, entre otras tantas batallas y faenas de campamento rebelde.
Martí, conocedor de que la «guerra es un procedimiento político, y ese procedimiento de la guerra es conveniente en Cuba », como indicó, no quiso olvidar las memorias:
«Cuando se oyen las cosas de la guerra grande, se cierran los ojos, como cuando reluce mucho el sol, y al volverlos a abrir están llenos de lágrimas. Y si el que cuenta las cosas de la guerra es Francisco Carrillo, no se puede oír de pie, no se puede: la barba tiembla de la vergí¼enza de no estar donde se debía; se ven sabanas, lomas, cabalgatas de triunfo, agonizantes inmortales, fuertes encendidos; la vida cuelga de la garganta, con el ansia de la pelea; se sale el cuerpo de la silla, como si fuera silla de montar, como si nos tendiéramos sobre el cuello del caballo, picando espuela, besándole la crin, hablándole al oído, para alcanzar al general bueno, que se echa a morir por salvar a los demás, para correrle al lado al general de barba de oro, que va, de sombrero de yarey, tejido por sus manos, y de polainas negras, para que lo vean bien los españoles, bebiéndole los secretos al camino, rasando, como el viento, la sabana.


«Da gusto ser hombre, y cubano, cuando con la mano al sombrero, como para saludar, se le oyen a Carrillo los cuentos de su teniente Crespo, de Jesús Crespo, “el último en la huida y el primero en atacarâ€. Y apenas sabe Crespo leer y escribir, pero sabe cien veces más, y es grande en literaturas, porque no es de los que escriben poemas, sino de los que los hacen. Carrillo le enseñó las primeras letras que supo; porque aquellos hombres, el capitán y el cabo, el general y el asistente, se enseñaban a leer unos a otros, sentados en un tronco, con el dedo en el libro y el machete al lado.
«Allá, al pie de uno de los torreones de la esquina, Crespo, de pie en un poyo, escala la torre […]. A filo de machete se abre paso; taja la masa viva; con el puño aturde a uno, y con la hoja corta a otro; y cercado de sus enemigos, con una mano al cerrojo y otra al arma, abre la puerta.
«El día grande, que en piedras se ha de escribir, fue el de la toma del fuerte de Tetuán […]. De breña en breña se van descolgando, sigilosos, los noventa hombres de Carrillo, agachándose, saltando, alargándose los fusiles, hasta que acaba el seborucal, donde se ve ya el fuerte. Era pelea de lujo ».


De marzo a abril de 1875, las huestes insurrectas de Carillo Morales incendian los ingenios Santa Ana, Taguayabón y Jinaguayabo, así como Reforma, en Caibarién, y Refugio, Dolorita, Merced, en Bajada, y el Constancia, en Mayajigua. Hay grandes daños en todos los ingenios de la jurisdicción: «pérdidas con la guerra y las epidemias », resalta Martínez-Fortún y Foyo.
Los perjuicios económicos no solo son materiales en las industrias y las plantaciones, y algunas están en total abandono y no hacen zafra. También hay fugas de esclavos y de contratados asiáticos que optan por la incorporación a las fuerzas insurrectas, y los hacendados azucareros se quejan por los montos de contribución de un 10-15 % de sus ingresos para fondos administrativos de la Corona. No existe marcha atrás en el empuje que traen los mambises en sus operaciones tácticas de «muerde y huye » contra el ejército y los movilizados españoles.
Gómez, el Generalísimo, asedia

Las operaciones militares que desencadenó el Generalísimo Máximo Gómez desde 1874, tanto al este como al oeste de la trocha de Júcaro a Morón, se internan en reiteradas ocasiones en territorios villareños. El jefe del 3er Cuerpo del Ejército Libertador en las acciones que abarcan Camagí¼ey y Las Villas acaricia la idea de la invasión para llegar, en última instancia, a las llanuras azucareras de Cienfuegos y Colón, y arrasar con la economía que sostenían el poder colonial. En el empuje inicial alcanzan, incluso, hasta Placetas y Remedios, tal como demostraron a mediados de año los subordinados de Carrillo Morales.
De marchas y contramarchas está expedito el camino a Las Villas. El ejército español dispone para la persecución de 25 batallones que completan «ocho brigadas al mando de los brigadieres Armiñán, Esponda, Arias, Baile y Varela, así como Bonilla, y Fortún Erlés », añade la Historia de la Guerra de Cuba (1895), del español Antonio Pirala.
El cruce insurrecto de Júcaro a Morón lo marca el coronel Lino Pérez, oriundo de Gí¼inía de Miranda, quien comanda una tropa que, por armas, llevan hachas, azadones y palas para retirar los obstáculos que encontraban a su paso. Hacen una heroicidad. Entonces el baluarte militar español no era como lo describe el ílbum de la trocha (1897), escrito por Eva Canel, Nicolás de Gamboa, Alejandro Menéndez y Antonio Porrúa, pues carecía de las sofisticadas fortificaciones, líneas militares y alambradas de hierro galvanizado con púas a la distancia de 25 centímetros una de otras.
Gómez asume el desafío, y lo logra. Atraviesa la trocha y el 18 de enero toma el poblado del Jíbaro, en Sancti Spíritus, donde ocupó armas y municiones, y dejó expedito el rumbo de la invasión. Ahí distribuye a sus fuerzas: el general de brigada Manuel Suárez asume la región de Remedios, el mayor general Carlos Roloff abarca zonas de Sagua la Grande, mientras el brigadier José González Guerra y el teniente coronel Cecilio González avanzarían hacia Cienfuegos, y Lino Pérez, con su guerrilla montada, ocuparía la porción montañosa de Villaclara y Trinidad.

Todo tiene una explicación: la guerra se extiende por el territorio central. Un «Cabildo Estraordinario » (sic) sesiona en Santa Clara, y lo recoge un Acta Capitular del 10 de abril de 1875. El «[…] objeto […] es cumplimentar debidamente la orden del Excmo. Sr. Capitán General fechada en el día de ayer dada en el Cuartel General de las Cruces en que S.E., se sirve disponer la inmediata recogida de caballos a fin de utilizar en el servicio del estado todas aquellas que reúnan condiciones para el arma de caballería y contraguerrillas, reconcentrándose el resto en los centros de poblaciones, que por su importancia estén a cubierto de los ataques del enemigo feroz que la necesita de montar en breve tiempo ». Blas de Villate y La Hera, conde de Valmaseda, al mando de la colonia de Cuba, intuyó lo que venía para el centro del país, y al establecer el asiento militar en las llanuras de Cruces, antesala de las fértiles economías de Cienfuegos y de Occidente, pretendió con su atrincheramiento cortar el arrollador rumbo de la insurrección.
Martí, al reproducir informaciones para la Revista Universal, México, del 13 de mayo de 1875, traduce y anota noticias: «El incendio de los ingenios continúa en las cercanías de Sagua y Cienfuegos. Una carta de Sagua, de 24 de marzo, dice: En los últimos tres días, los insurrectos han quemado seis de los ingenios más hermosos de este distrito. El World añade: “En los dos días últimos han sido completamente reducidos a cenizas catorce ingenios de esta jurisdicción. El humo podía verse a seis millas de distanciaâ€. El World sirve al gobierno español ».
Otra vez subraya: «â€œEl sexto batallón de infantería y la segunda batería de artillería de voluntarios de La Habana, salió de esta ciudad esta mañana, 16 de abril, para las jurisdicciones de Colón y Cienfuegos, donde se dividirán en pequeños destacamentos para proteger las haciendasâ€. Si la artillería es necesaria, es porque los insurrectos pelean en campo raso. Si van a proteger las haciendas, es porque las haciendas están amenazadas. Si están amenazadas las haciendas de Colón, es porque los insurrectos están cerca de ellas. Y Colón está a corta distancia de La Habana ».
El 3 de agosto Gómez progresa hacia Remedios, y acampa en Las Delicias, su primer campamento villaclareño, en las cercanías del río Manacas. Días después penetró en Báez y Manicaragua con el propósito de adecuar condiciones favorables en zonas menos aptas, de montaña, en los ataques enemigos. Ya no habrá retrocesos, y Gómez, el Generalísimo, a pesar de los sinsabores acontecidos en la región central por indisciplinas y regionalismos, traza una historia.
* Se refiere a 1872.